Hoy les traigo una entrevista con una fotógrafa local. Alguien que se formó en esta gran ciudad y ha hecho su carrera artística aquí. Lissette Schaeffler es una artista maravillosa y tengo el enorme placer de haberla entrevistado. Aquí se las dejo y espero que la disfruten.
La Manigua: Hola Lissette, bienvenida a La Manigua. Cuéntame un poco sobre ti. ¿Dónde naciste? ¿Dónde creciste? Noté que tu apellido es alemán, pero eres cubana. ¿Es de ahí de donde es originalmente tu familia?
Lissette Schaeffler: Gracias por invitarme Rainy. Nací en La Habana, pero soy de Viñales, Pinar del Río. Pasé los primeros años de mi vida allí y justo después del éxodo del Mariel, mis padres emigraron a Alemania Occidental. Se podría decir que soy una verdadera guajira. Soy nieta de campesinos por un lado e inmigrantes alemanes por el otro. Mi estancia en Cuba fue corta, recuerdo muy poco, pero lo que más recuerdo es la finca de mi abuelo. Recuerdo la tierra roja, los cochinos, los bueyes, las gallinas, el campo de tabaco, las guayabas; la carreta debajo del árbol de mamoncillos y muchas otras instantáneas que entran y salen de mi banco de memoria. También recuerdo que vivíamos en un lugar donde no éramos bienvenidos. Hubo personas que tiraron huevos a nuestra casa (una vez casi golpearon a mi hermana de 12 años) y marchaban gritando “gusanos” porque nuestra familia nunca fue parte del sistema. A su vez, la finca de mi abuelo se convirtió en mi refugio, el lugar donde podía escapar y ser una niña. Debido a la enfermedad de mi abuela paterna, demoramos nuestra salida de Cuba. Alemania Occidental era diferente, no como la Alemania de hoy. Hacía frío, el idioma era difícil e incluso con el apellido “Schäffler” siempre fuimos Ausländer (extranjeros). Pero para mí, no fue tan difícil. Hice mi educación primaria allá y pude integrarme en la sociedad sin problemas. Alemania dejó un gran impacto en lo que soy hoy. Mi familia dice que soy “la alemana de la familia”. En 1986 volvimos a emigrar, pero esta vez a Miami, y vivimos aquí desde entonces. Toda mi familia está aquí. Hice el resto de mi educación aquí. Me casé aquí. Me convertí en un adulto aquí. Y, por mucho que me encanta odiar esta ciudad, Miami es mi verdadero hogar.
LM: ¿Cómo te iniciaste en la fotografía? ¿Cómo descubriste “esto es lo que quiero hacer”? ¿Cuál es tu formación?
LS: La fotografía llegó un poco más tarde para mí que para la mayoría. Durante la secundaria no tomé clases de arte y me concentré en los estudios regulares. No fue hasta mi último año de universidad en la Universidad de Miami, donde estudiaba Microbiología e Inmunología, cuando tuve que tomar el curso de arte requerido. Se sugirió la fotografía y me enamoré de ella. Para mí, fue la mezcla perfecta del arte y la ciencia. Con el tiempo, se convirtió en algo más que alquimia, se convirtió en mi medio de expresión. Una vez que me gradué en Microbiología, enseñé Química en la escuela secundaria durante tres años, pero sabía que no era lo que quería hacer. Continué tomando todas las clases de fotografía posibles en la Universidad Internacional de Florida para perfeccionar mis conocimientos. Aquí es donde conocí a mi mentora fotográfica y amiga Mirta Gómez del Valle y a su ex marido Eduardo del Valle. Con ellos aprendí a comer y respirar fotografía. Me presentaron a un mundo del que no podía tener suficiente. En 2001, me aceptaron en Savannah College of Art and Design donde hice mi maestría en fotografía. La escuela de posgrado fue uno de los momentos más fructíferos de mi vida. Tenía veintitantos años y hacía lo que más me gustaba hacer en el mundo. Todo lo que me importaba era crear un trabajo fotográfico que significara algo. Una vez que terminé la escuela de posgrado y regresé a Miami, tuve que organizar mi vida una vez más. No estaba segura de cómo ser una “artista” y ganarme la vida. Solo conocía a muy pocos que lo hicieran con éxito. Comencé a enseñar cada vez más en diferentes colegios y universidades locales, pero entendiendo que mi práctica fotográfica era lo primero. Me tomó mucho tiempo considerarme una artista, pero durante mis años de residencia en ArtCenter / South Florida (ahora Oolite Arts), me di cuenta de que esto es lo que estaba destinada a ser. Había acertado y recuperado mi voz.
LM: Tengo entendido que también enseñas. Cuéntame sobre esa experiencia y lo que significa para tu carrera como artista.
LS: He estado enseñando fotografía a nivel universitario durante unos 15 años. Enseñar es gratificante y también requiere mucho tiempo, pero si no lo disfrutara, no lo haría. Enseñar a otros también ha sido una experiencia de aprendizaje para mí. Me mantiene en sintonía con el oficio. Estudio todos los días. Si no te superas a nivel académico, los estudiantes lo notan. Miro fotografías todos los días, analizo y critico. Hay una gran cantidad de cosas que he aprendido de la docencia que influyen mi carrera artística, pero lo que más destaca es que he aprendido a desvincularme de mi trabajo, ser más crítica. Incluso cuando el trabajo puede ser profundamente personal, no me apego sentimentalmente a él.
LM: Conocí tu trabajo hace unos tres años más o menos, lo cual es un poco ridículo ya que llevamos mucho tiempo conviviendo en la misma ciudad. Me sorprendió ver a una fotógrafa tan increíble viviendo como quien dice “a unas cuadras de mi” y no sabía nada de ella, lo cual es culpa mía. Pero recuerdo que encontré fascinante tu serie “By the hour”. ¿Cómo abordaste este proyecto y cómo se te ocurrió la idea en primer lugar?
LS: ¡Gracias Rainy! Acababa de comenzar mi residencia en ArtCenter y quería hacer algo completamente diferente a lo que estaba haciendo hasta ese momento. Había realizado algunas series fotográficas que trataban sobre la familia y la dinámica familiar. Mi abuelo acababa de fallecer y mi abuela realmente no quería participar en el proyecto sin él, así que pensé que era la oportunidad perfecta para empezar a trabajar en algo nuevo y diferente. Había estado pensando por un tiempo que quería documentar ciertas áreas importantes de Miami. Originalmente, el proyecto trataba sobre South Dixie Highway, pero poco a poco, se transformó en los moteles por horas que se alinean en nuestras principales avenidas. Mi atracción inicial fue la arquitectura. Muchos de los nuevos moteles son cajas feas, pero la mayoría conserva un vestigio de su valor histórico que me parece hermoso. Sentí que a las fotografías exteriores que estaba haciendo en ese momento les faltaba algo que no podía identificar. El familiar de un amigo era dueño de un hotel y me dieron permiso para fotografiar una de las habitaciones. En el momento que entré, supe exactamente cuál iba a ser el proyecto. Durante esa primera sesión de fotos, tuve más libertad y tiempo que con el resto de la serie. Cuando fui al segundo motel, ni siquiera me molesté en preguntar si se podía tomar fotografías en una de las habitaciones. Solo pagué la tarifa por hora como lo haría cualquier otro cliente, y pasé mi hora designada fotografiando la habitación que me dieron. Esos se convirtieron en mis parámetros: pagaría la tarifa por hora y pasaría el tiempo fotografiando el espacio. Fotografié la mayor parte de Calle Ocho y gran parte de Okeechobee Road, Biscayne Blvd y Flagler. Algunos moteles eran más interesantes que otros, y otros ni siquiera hicieron la edición final. El proceso de edición fue riguroso. No creo que tenga habitaciones de motel repetidas dentro de la serie. Después de 4 años, comenzó a volverse repetitivo y supe que era hora de seguir adelante. Me cuesta saber cuándo debo terminar un proyecto, razón por la cual los extiendo por períodos de tiempo muy largos.
Series “Porque el conejo me arañó” Lissette Schaeffler
LM: Otro de tus proyectos es “¡Porque el conejo me arañó!” que, si no me equivoco, tiene dos partes. Espero estar en lo cierto. Al parecer, trata de la memoria y la familia. ¿Puedes decirme de qué se trata y qué significa para ti?
LS: “¡Porque el conejo me arañó!” comenzó mientras estaba trabajando en “By the Hour”. Éste fue mi regreso a mis temas recurrentes de familia, memoria y tiempo. Hasta ahora, ha sido el proyecto más difícil de conceptualizar. Una pequeña historia de fondo: en 1993, mi tío (el hermano de mi padre) estaba de visita desde Cuba y me dio a mi hermana y a mí una caja llena de recuerdos y libros de piano que pertenecían a mi abuelo paterno. No conocí a mi abuelo. Falleció antes de que yo naciera. Para mí, él era esta leyenda: un alemán alto y apuesto que fue a Cuba en la década de 1920 para buscar fortuna. Mi padre no hablaba mucho de él y, salvo alguna anécdota ocasional, yo no sabía mucho quién era mi abuelo. Me fascinó la caja. Revisé su contenido en innumerables ocasiones. Tenía cartas, fotografías, negativos, recuerdos religiosos, boletas de calificaciones, facturas y hasta su tarjeta de embarque de su viaje a Cuba en 1926. Sabía que un día iba a hacer algo con esta caja. Inicialmente, simplemente fotografié lo que encontré interesante dentro de la caja: un eco, una repetición de lo que ya estaba allí. Quería aislar el objeto y darle importancia. Estas imágenes tratan sobre el descubrimiento: encontrar a mi abuelo a través de lo que quedó atrás. Cada fotografía elegida para esta parte de la serie tiene un significado profundo y personal para mí. Mientras seguía fotografiando, supe que no era suficiente. Necesitaba hacer la transición a algo más conceptualmente sólido. Cartas e íconos se convirtieron en la segunda parte de este proyecto. Fotografié cada carta que tenía en la caja y la emparejé con un objeto representativo desde el cual el espectador puede hacer una conexión con el significado de la pieza. La obra consta de 46 dípticos. Yuxtapuse las letras con objetos baratos y kitsch, algunos encontrados y otros, pertenencias personales. Mientras armaba el trabajo, me di cuenta de que estaba haciendo una historia visual de su vida en Cuba, desde el día que llegó hasta su muerte. Veo estas imágenes como una sola pieza. Podrías apreciarlos individualmente, pero realmente entiendes el concepto cuando lo ves todo junto. Originalmente había (tal vez hay) una tercera parte de este proyecto. Quería ir a los lugares que menciona en sus cartas. Pasé un par de semanas en 2018 siguiendo la trayectoria de su vida en Alemania, hice más fotografías de la que puedes imaginar, pero solo tengo una imagen que realmente me importa. Todavía no he encontrado lo que busco. Sé que Cuba juega un papel importante, pero no es una opción para mí en este momento. El título “¡Porque el conejo me arañó!” alude a ”Alicia en el país de las maravillas” de Lewis Carroll cuando cae por el agujero detrás del conejo blanco, pero también hace referencia directa a una de las cartas en las que la sobrina de mi abuelo le dice que se deshace del conejo. Como puedes ver, este trabajo es extremadamente personal para mí y difícil de explicar. Solo espero que cuando la gente lo vea, evoque un sentido de conciencia de su propia conexión con la historia familiar y personal.
LM: Y ya que estamos en el tema de la memoria, acabo de ver su serie “From Memory” que me parece fascinante. Parece ser un tema recurrente en tu proceso creativo, ¿por qué crees que es así?
LS: Creo que nuestro cerebro es un dispositivo de almacenamiento increíble lleno de información ilimitada y, para ser honesta, mi mayor temor en este mundo es perder el mío. Me gusta la idea de reconstruir recuerdos. no me importa que sean recursos verdaderos, pero me gusta contar historias que sean basadas en el pasado. No vivo necesariamente en el pasado, pero me gusta volver a visitarlo y creo que muchas veces guía mi presente y mi futuro. “From Memory” es un poco diferente. De alguna manera, es el cuerpo de trabajo más literal que hice que alude a la idea de memoria. Es como mi versión de la narrativa de ”Eternal Sunshine for the Spotless Mind”. Esta idea en la que, las personas que conoces bien, empiezan a desvanecerse de tu mente consciente, hasta que desaparecen. Cada uno de los trabajos que he realizado, ya sea directa o indirectamente, alude a la memoria y las historias pasadas.
LM: ¿Qué inspira a Lissette? ¿Qué te impulsa?
LS: Para mí, la inspiración viene de muchas direcciones diferentes: libros, películas, música, arte, personas, historias. Pero, sinceramente, tengo una necesidad inherente de crear. No puedo pasar mucho tiempo sin hacer algo. No importa si me toma cuatro o cinco años completarlo (también trabajo muy lento), pero mientras esté trabajando en algo, soy feliz. Estos últimos meses han sido duros. Mi esposo y yo comenzamos un proyecto a principios de este año y, por razones obvias, tuvimos que tomarnos una pausa. Comenzamos con gran ímpetu y ahora me siento ansiosa por que se haya logrado tan poco. Por otro lado, no soy una fotógrafa que sale a fotografiar todos los días. Rara vez me encontrarás con una cámara a menos que haya algo en mi cabeza. Me encantaría ser un poco más como mi marido, que también es artista. Él puede ahondar en dos o tres proyectos al mismo tiempo sin ningún problema, pero mi cerebro no funciona de esa manera; cuando hago algo, me consume por completo.
LM: Le hago a todas las personas que entrevisto la misma pregunta, supongo que porque siento que todos tenemos algún tipo de influencia de los demás. ¿Quiénes son tus influencias? ¿Qué otros artistas, películas, pintores o pinturas, esculturas, música, etc. etc. te inspiran?
LS: Vaya, Rainy, la lista es innumerable. Comencemos diciendo que la música fue mi primer amor pero no soy músico como lo hubiese querido mi madre. La música me conmueve como ninguna otra manifestación del arte. Incluso me casé con un músico. Me encantan las canciones profundamente personales y te mentiría si te dijera que no afectan la forma en que hago mis imágenes. En cuanto a los fotógrafos, depende de lo que esté haciendo y en qué etapa de mi vida. Cuando más joven, amaba (y todavía me gustan) los retratos familiares de Harry Callahan, Emmet Gowin, Ralph Euguene Meatyard y Nick Nixon. También me encantan Living Room Series de Nick Wapplington y Ray’s a Laugh de Richard Billingham. ¿Quién no está influenciado por los grandes fotógrafos como Stephen Shore, William Eggleston y Joel Sternfeld? Profundicé mucho en el trabajo de Stephen Shore mientras hacía “By the Hour”. August Sander y la Escuela de Fotografía de Düsseldorf (o mejor conocida como la “Escuela Becher”) también han tenido una influencia increíble en mi desarrollo estético. Artistas como Bernd y Hilla Becher, Thomas Struth, Candida Höffer, Andreas Gursky, Thomas Ruff y otros me despertaron a la idea de “tipología”, que de una u otra forma parece estar presente en gran parte de mi trabajo. También me encanta el trabajo de Alec Soth, Rinko Kawauchi, Abelardo Morell y Todd Hido, pero esta lista sería interminable. Últimamente el cine ha sido mi mayor fuente de inspiración. Directores como Ingmar Bergman (me enorgullece decir que he visto todas sus películas), Federico Fellini, David Lynch, Luis Buñuel y Stanley Kubrick e incluso algunos a los que me encanta odiar como (Jean-Luc Godard, te estoy mirando ) han dejado una huella en mi conciencia artística. Pero ninguna película me ha impresionado tanto como ”Tokyo Story”, de Yasujiro Ozu. La historia es tan simple y, sin embargo, tan universal al mismo tiempo. Encontré una conexión tan fuerte con la forma en que aborda su trabajo. Sé que es alguien cuyo trabajo exploraré más a fondo.
“You are Here” colaboracíon en video Lissette Schaeffler y Bill Cruz
LM: ¿Está trabajando en algún proyecto nuevo? ¿Qué le depara el futuro a Lissette Schaeffler?
LS: Mi esposo Bill y yo habíamos estado buscando colaborar en algo hace mucho tiempo. Comenzamos a hacer una pequeña serie de videos de arte el año pasado titulados “You are Here”, guiados por la búsqueda de identidad y lugar dentro del contexto de una sociedad que se está volviendo cada vez más insular. Pero en medio de las cosas, nos aceptaron en un proyecto de residencia en Deering Estate para explorar más a fondo la permanencia de la naturaleza y nuestra desconexión de ella. El trabajo implica tanto video como fotografía. Empezamos a toda velocidad a principios de año recogiendo mucho material, pero tuvimos que parar a mediados de marzo cuando todo cerró debido a la pandemia. El Deering está abierto de nuevo, pero ahora mismo, los mosquitos y el calor son insoportables. Tenemos que esperar al menos hasta octubre para volver a los pantanos. La buena noticia es que sé que exhibiremos el trabajo a finales del próximo año o principios de 2022 en Deering House. Con suerte, también podremos exhibirlo en otras instituciones.
“Nothing ever happens here” colaboración en video Lissette Schaeffler y Bill Cruz
Hay gente que te inspira en la vida, por una razón u otra. Gente que no has conocido, pero que quieres conocer. Gente de sincera modestia, aun cuando su talento es enorme. Supe de la obra de Damaris Betancourt gracias a un profesor y crítico excelente. Alguien con quien aprendí muchísimo, Juan Antonio Molina Cuesta, quien lleva una escuela de fotografía en México. Participé en un diplomado de Página en Blando. Recuerdo que en una de los primeros encuentros virtuales, salió a relucir el nombre de Damaris. Rápidamente me puse a investigar y descubrí la obra de esta fabulosa fotógrafa cubana. Quizás muchos de Uds. ya la conocen, quizás no. Así que, sin mas preámbulo, aquí les dejo su entrevista que, en lo personal, me conmovió.
La Manigua: ¿Quién es Damaris Betancourt? ¿Dónde naciste y dónde te criaste?
Damaris Betancourt: Soy mujer, madre, esposa, hija de un boxeador y de una secretaria, y fotógrafa también. Nací en La Habana, en El Vedado y ahí también me crié y viví hasta los 22 años. El mío fue un encontronazo totalmente fortuito pero determinante con la fotografía. Fue a principios de los 90, en medio de una depresión social y económica en Cuba para mi generación sin precedentes. Entonces me habían “otorgado” la carrera de Licenciatura en Derecho, después de haberme pasado 6 años en aquellas infames becas con la esperanza, de finalmente, poder estudiar lo que me gustara que en mi caso era Periodismo. Pues aun con las mejores notas no fue posible, y esta fue mi primera gran decepción y la primera estafa de la que fui víctima directamente. Desilusionada, después de un corto trayecto por la Universidad de La Habana, dejé el Derecho. Fue una decisión congruente, pero quedé con las manos vacías. Entonces un día, entré con una amiga al Museo de Bellas Artes, y allí vi unas fotos. Se trataba de una exposición del fotógrafo suizo Werner Bischof. Me impactaron mucho. Inmediatamente, pensé: Eso es lo que quiero hacer. Y así fue, desde entonces nunca he querido hacer otra cosa que no sea fotografía. Aquellas imágenes no se borraron, al contrario, comencé a interesarme por la fotografía. Hice contactos, mucha gente me ayudó, me informó. Logré que me aceptaran en un curso de fotografía que se impartía en la sede de la UPEC. Apareció una Pentax viejísima con un 28 mm que vendía un pintor, vendí lo poco que tenía de valor. Mi madre me ayudó, aunque no entendía de qué iba la historia, y al fin compré la cámara. Tuve la suerte de conocer a los fotógrafos Ramón Grandal y a Gilda Pérez, y que me abrieran las puertas de su casa. Y me iba a pie o en bicicleta desde mi casa hasta la calle Salud varias veces a la semana a hojear los libros de su biblioteca y a escuchar los consejos de Grandal. Con esa motivación me iba luego por La Habana a colectar mis imágenes. Esos fueron mis inicios en la fotografía. Fue en ese tiempo en que hice mis primeras visitas a El Fanguito, al Callejón de Andrade y otros barrios pobres de La Habana.
LM: Entiendo que empezaste en la fotografía a principios de los años 90. ¿Cómo te iniciaste en este medio y que fue lo que te motivo a ser fotógrafo? ¿Hace mucho tiempo que estas fuera de Cuba? ¿Cómo fueron tus inicios en un país completamente diferente de Cuba? ¿Te fue difícil el cambio?
DB: Me fui de Cuba con 22 años. Durante mi tiempo en la Universidad también había estudiado alemán con Miss Herrmann, una alemana octogenaria que había emigrado a Cuba en los años 30 y quedó varada en La Habana. Se dedicaba a enseñar alemán, inglés particular. Mi madre me costeó las lecciones y entre mis ganas de aprender y de volar, aprendí alemán básico que luego me sirvió para hacer contactos con fotógrafos, periodistas y cineastas que venían a Cuba por aquellos años para reportar la actualidad de Cuba después de la caída del muro de Berlín. Así que a cambio de mis servicios como traductora y organizadora, el contacto con estas personas me permitió adentrarme en el mundo del reportaje, del periodismo, del cine. Y además recibía unos - para mí - suculentos paquetes de película y papel fotográfico. Con ayuda de amigos pude viajar a Europa en la primavera del 1993, ya tenía una propuesta para trabajar como traductora en un proyecto fílmico sobre Cuba, luego aparecieron otros encargos pequeños. Así se continuó moldeando mi formación visual. Y así fue como llegué a Europa, a Suiza, un país ininteligible entonces para mí, donde mi alemán sonaba de los años 30, y donde quedé petrificada cuando me hablaron por primera vez en dialecto. Me enamoré de Zurich y me casé con un director de cine. Todo lo que puedo contarte ahora no podría describir el impacto que me causó mi llegada a Suiza. Toda la confusión, el desconcierto, la euforia, la curiosidad, la sensación verdadera de libertad. Creo que esto fue lo determinante para concebir mi vida en un lugar lejano, tan diferente. Una libertad que nunca antes conocí, pero que evidentemente ansiaba profundamente.
DB: Gracias. La fotografía es de una amplitud inconmensurable, y sé que hay terrenos que me son ajenos, que no avivan mi interés y que no los disfruto, no los manejo. Lograr una buena foto puede ser muy difícil. No es la técnica lo que me entusiasma, sino el documento, el relato. Muchas veces he tenido que hacer trabajos que, de poder escoger, los hubiera declinado. Pero eso también es parte del aprendizaje. Sobre todo, cuando se es autodidacta, son los golpes con las piedras los que te muestran el camino. Yo siento que me expreso mejor a través del reportaje. Ahora, los temas, es otra cosa. Yo pienso y observo mucho - a veces demasiado -, voy descubriendo cosas en mi entorno que pueden ayudar a dilucidar una situación. Y trato de expresar mis lucubraciones de manera visual, con lo que voy viendo a mi alrededor. Los temas pueden oscilar de una orilla a la otra; y eso es lo que me fascina de la fotografía. Explorar, buscar, cazar, colectar, juntar, editar, contraponer, mostrar…
LM: Ya te he dicho que soy fan de tu trabajo fotográfico, lo admito, sin afán de adulación. Diez días en Mazorra es una serie impactante. ¿Me puedes contar cómo surgió esta serie y cómo lograste llevarla a cabo?
DB: Gracias, otra vez. La historia acerca de Mazorra, decidí escribirla y ponerla como introducción a la serie en mi página web. Fue totalmente casual y más bien resultado de otra decepción. Yo viajé a Cuba en enero de 1998 para documentar la visita del Papa Juan Pablo II. Viajé con un periodista y el encargo de un periódico suizo. El Centro de Prensa Internacional nunca aprobó mi credencial. Una tal Gloria que por entonces “atendía” a Suiza por el CPI, concluyó que no me darían el permiso. Típico proceder que tiene la oficialidad en Cuba de subestimar, desvalorizar y humillar a todo el que no entre en la fila. Y bueno, después de pasado el mal rato, me puse a pensar qué hacer con mi tiempo y con las decenas de películas que llevaba. Ya habíamos estado mi colega y yo en Mazorra investigando un poco para la posibilidad de hacer una historia, y me había quedado con el número de teléfono de Bernabé Ordaz. Así que lo contacté y le pregunté si podía hacer unos retratos en el hospital, y sorprendentemente accedió. Todo lo demás lo cuentan mis fotos. Fueron alrededor de 10 días muy intensos para mí.
LM: Mi trabajo personal tiene mucho que ver con el espacio. Creo que por esta razón me identifico tanto con dos de tus series. En particular: Cincuenta y ocho sillas, y Sombras de hormigón. Percibo una afinidad por la arquitectura, los objetos y el espacio en tu trabajo. También una manera sutil de contar tus historias (En Cincuenta y ocho sillas, por ejemplo, la silla muchas veces aparece como un elemento más de la escena, y a pesar de la simplicidad, esto hace que la imagen cobre fuerza. ¿Tú te identificas más con este tipo de fotografía? ¿Por qué?
DB: Me interesan los espacios con vida, la arquitectura en diálogo con el individuo y con la sociedad, como da forma a nuestro espectro de perspectivas, nuestra relación con el mundo y nuestra apreciación cognitiva y estética. El lugar en el que crecemos es nuestro primer referente visual y espacial. Tengo la suerte de haber nacido y crecido en una ciudad tan hermosa y cálida como La Habana que desgraciadamente se está destrozando de manera brutal. De ahí mi determinación de documentar y debatir sobre esto. Temas como Sombras de hormigón o Cincuenta y ocho sillas, no son más que arenas de debate para reflexionar públicamente sobre lo que sucede con La Habana, y cómo esta realidad recíprocamente influye en sus habitantes. Un día me di cuenta caminando por La Habana, de que por todos lados aparecían sillas destartaladas, abandonadas, de disimiles modelos. Poco a poco fueron adquiriendo vida ante mis ojos, como si comenzaran a mutar en entes con vida. Estas sillas vacías dejadas por doquier, en una esquina, en medio de la acera, a la entrada de un edificio, encarnaron para mí la inacción, el letargo, la somnolencia de toda una sociedad. Sombras de hormigón es una especie de vaticinio de lo que será de La Habana, si no hay resolución cívica ante la intención clara del totalitarismo de devastar a una ciudad, y con esto también la memoria histórica y el bien cultural de una nación. Los habaneros pronto no vivirán en una ciudad, sino bajo sombras de hormigón.
LM: Como te decía anteriormente, te considero una fotógrafa completa, capaz de manejar a la perfección cualquier rama de la fotografía. Tus series documental y de retratos son impactantes. ¿Cómo llegas a ese acercamiento con el sujeto, a esa intimidad que tus fotos despliegan?
DB: Si he logrado que mis fotografías transmitan intimidad, pues me satisface saberlo, pero no puedo decirte cómo lo he hecho. No tengo fórmula. Si hay algo para lo que nos entrena la fotografía, es para experimentar situaciones muy disímiles. Me imagino que, como en Cuba una cámara en manos de un nativo siempre es vista como algo peligroso y transgresor, pues tengo la costumbre de no ir con pinta de fotógrafa a ningún lugar. Creo que ayuda.
LM: La mayoría de los fotógrafos que conozco hablan de sus influencias. ¿Tiene Damaris influencias, la gente que te inspira a seguir creando, de la que aprendas o aprendiste en el pasado?
Serie “Cinquenta y ocho sillas”. Damaris Betancourt
LM: ¿Proyectos nuevos en los que estés trabajando? ¿Cuáles son tus planes futuros?
DB: Estoy preparando mi nueva página web. Es una buena ocasión para revisar mi archivo, digitalizar negativos, reeditar, revalorizar e incluso descubrir trabajos que hice hace tanto tiempo. También está en preparación un libro con la serie Diez días en Mazorra con texto del escritor cubano Carlos Aguilera, que deberá salir este año por Ediciones Rialta. Además, fui invitada esta primavera a participar en la Bienal de Arquitectura de Venecia para exponer en el Palacio Mora 10 fotos de Habana Siglo XXI: La espera; una de mis series en torno al inmovilismo de la sociedad cubana. Por causa de esta pandemia la Bienal fue pospuesta para el próximo año. Así que, si hasta entonces la situación se normaliza, en 2021 podré exponer mis fotos en una gran colectiva en la Bienal de Arquitectura de Venecia. He tenido pocas oportunidades de exponer mi trabajo, por lo tanto, esto me daría una gran satisfacción. Ideas, tengo muchas, surgen en cada momento. Siempre que puedo anoto. Hace poco hice cálculos, porque si esta entrevista es publicada como has previsto, hoy cumplo 50 años, y me di cuenta de que más vale que acelere un poco. El tiempo es inclemente. Por lo pronto, después de mi familia, la prioridad es mantener el cuerpo y la mente ágiles, y, aunque vaya como el tren lechero, conseguir realizar aquellas ideas que más me inquietan y que más me inspiran hasta que llegue al final.
Muchas gracias por interesarte por mi trabajo y difundirlo. Y mucha suerte con este proyecto de blog.
LM: Gracias a ti Damaris, por acceder a ser parte de La Manigua. ¡Abrazos y éxitos!
Fotografia de portada: Willy Castellanos por Adriana Herrera
Willy Castellanos es fotógrafo, historiador del arte y curador; trabaja en Aluna Art Foundation, la institución que fundó con su esposa Adriana Herrera. Los dejo aquí con esta entrevista donde nos habla de su vida e intereses creativos.
La Manigua: Háblame de ti: ¿dónde nace y se cría Willy?
Willy Castellanos: ¡Muchas gracias, Rainy, por invitarme a la Manigua!
Nací en La Habana, aunque faltó poco para que naciera en Santiago de Cuba, como mis tres hermanas. Mi padre era natural de Mayarí y mi madre de Sagua de Tánamo, y a pesar de que estudiaron en La Habana, sus vidas trascurrieron siempre en Oriente. Se conocieron en el pueblito de Marcané (el de la canción de Compay Segundo), donde mi abuelo Castellanos era el farmacéutico del Batey y mi abuelo Simons –un ingeniero agrícola inglés establecido en Cuba–, el superintendente del central que dio nombre al pueblito. En 1959, la familia se estableció en La Habana. Yo nací en octubre de ese año. Así que ya ves, habanero, ¡pero con genes guajiros!
En 1966, mi familia se movió a París (yo tenía casi siete años), pues en esos años mis padres trabajaron en la embajada cubana de esa ciudad. En Francia hice mi escuela primaria y un año de segundaria, y en 1973, regresamos a La Habana. Terminé el bachillerato en la escuela Lenin, y después de graduarme en la Universidad emigré a Buenos Aires, en 1994, en esos años intensos donde, como dice la novela de Wendy Guerra, “Todos se van”.
LM: ¿Como llegaste a Miami? Háblame un poco de tu vida aquí.
WC: Viviendo en Buenos Aires, recibí una invitación para exponer mis fotografías del éxodo de los Balseros de 1994 como parte de las actividades complementarias del Festival de Teatro Hispano de Miami, un evento que organiza cada año el Teatro Avante y su director, Mario Ernesto Sánchez, una persona extraordinaria. Llegué a Miami en 2001. Sabía que este era un viaje sin regreso. Recién llegado trabajé como fotógrafo y diseñador gráfico en la producción de catálogos publicitarios. Luego, en 2009, me contrató el Miami-Dade College Art Gallery System (AGS), que fue una verdadera escuela para mí en términos museográficos, por el volumen y la diversidad de proyectos que asumía esta oficina: desde la curaduría y el diseño de sala, hasta la instalación, la conservación, el cuidado de las obras y la divulgación de las exposiciones. En el 2011 fundamos –junto con mi esposa Adriana Herrera– Aluna Art Foundation y Aluna Curatorial Collective, y hasta la fecha, hemos diseñado y producido cerca de cincuenta exposiciones en los espacios de la fundación (hemos tenido dos galerías en la ciudad), así como en diversas instituciones, museos, ferias y galerías de Miami, Lisboa, Lima, Siberia, Moscú y Mónaco.
De la serie Rumbo norte, más allá del muro azul, 1994
LM: ¿Dónde fue tu formación académica? ¿Como te iniciaste en la fotografía?
WC: Mi formación general es en humanidades. Me gradué en 1994 de Licenciatura en Historia del Arte, en la Facultad de Artes y Letras, en el curso nocturno. Cuando decidí aprender fotografía, en La Habana de mediados de los ochenta, no había muchas escuelas disponibles, solamente recuerdo la de la Unión de Periodistas de Cuba, la UPEC. En esa época, tenías que buscarte un amigo que te enseñara los fundamentos y luego seguir por tu cuenta. Y entonces te ibas a su estudio o a su laboratorio, y ahí aprendías con tu maestro, al estilo renacentista. En mi caso, yo aprendí con Guillermo Fernando López Junqué, “Chinolope”. El Chino me enseñó las técnicas del cuarto oscuro y sobre todo, me transmitió su pasión delirante por la fotografía, como ejercicio creativo y como reflexión de vida. Chino es de esos personajes entrañables de la Habana de esos años. Amigo de Lezama Lima, Julio Cortázar y Roque Dalton (de los que conserva fotos inolvidables), deambuló por la ciudad y sus barrios fotografiando con su “ojo de buey” – como acotó Lezama- la vida cultural habanera. En esa época, Chino era imprevisible, espontáneo e irreverente, y nunca pagó un pasaje de guagua pues era amigo de casi todos los guagüeros de la ciudad.
Más tarde, en Buenos Aires, me profesionalicé muchísimo, como fotógrafo quiero decir. No sólo impartí conferencias y di clases en diversos institutos, sino que trabajé en varios estudios fotográficos (sobre todo de retratos), inauguré dos estudios propios, uno en Buenos Aires y otro en Mar del Plata, y luego entré en la prensa como fotorreportero en “staff” de la revistaPugliese–nombrada así por el compositor de Tango–, y como fotógrafo para la discográfica BAM (Buenos Aires Música). En esos años se produjo una eclosión, un “retomar” del Tango en la ciudad, y tuve la suerte de participar en esa movida contagiosa, en el “renacer” de un género auténticamente porteño, rioplatense como lo definen los expertos. Tengo un extenso archivo de imágenes sobre el tema que debo escanear, y que incluye a músicos ilustres, bailarines y muchos de los grandes eventos que se realizaron en la ciudad. De esa movida y de mi trabajo en la Secretaria de Cultura de la ciudad, nacieron dos libros en los que participé como coautor:El deseo en el Pavo Real: historia de una academia de Tango,junto al dramaturgo y compositor Alberto Muñoz, yObras 1996-2000,un libro en el que trabajé en equipo con destacados fotógrafos locales.
Ilustraciones/Collages para el libro de Alberto Muñoz El Deseo en el Pavo Real, Historia de una academia de Tango. Buenos Aires. 2000 (Fotografías blanco y negro tratadas con tiradores y objetos varios)
LM: Quienes han sido tus influencias en la fotografía? ¿Me podrías dar ejemplos?
WC: En la Habana de finales de los ochenta, miraba muchísimo, como fotógrafo, el trabajo de Robert Frank, Lee Friedlander, Diane Airbus o Garry Winogrand, norteamericanos de los cincuenta a los setenta que llevaron el documentalismo a nuevas instancias críticas y reflexivas; pero también el de los mexicanos y otros latinoamericanos que participaban en los Coloquios de Fotografía, como Iturbide, Meyer, González Palma o Gerardo Suter. Por esos años, el proyecto de Sebastián Salgado sobre el rescate de la iconografía de las industrias artesanales del siglo XX, en peligro de desaparición, me fascinó. Creo que la memoria de esta serie inolvidable está en la génesis de las fotos que saqué recientemente en África.
Cuando terminaba mi tesis de diplomado “El desnudo como objeto y estrategia corporal de la fotografía en Cuba (1982-1993)” en la universidad, estudié particularmente el género, tanto en el país como en otros lugares. Aunque este interés fue más investigativo que práctico. Pero en esos días, miraba mucho la obra de los “enfants terribles” del tema: Mapplethorpe, Peter Witkins, Andrés Serrano, el nigeriano Rotimi Fani-Kayode o el brasileño Mario Cravo Neto. Eran los fotógrafos sobresalientes del momento. Muchos años después me relacioné como curador, con artistas mujeres que también trabajan desde el cuerpo humano y a través de la fotografía, como Cecilia Paredes y Tatiana Parcero por ejemplo.
En La Habana de esos años, seguía además muy de cerca, el trabajo de los fotógrafos locales y los de mi generación: Alom, Peña, Gory, Cuenca, José Manuel Fors, Martha María Pérez, Sarabia, José Ney, Mayol, Cañibano… Este archivo que colecté visualmente durante mi juventud persiste hoy día en mi subconsciente, y de algún modo me tiene que condicionar. Uno carga en la memoria con muchas fotografías de autores del mundo entero, de diversas tendencias, estilos y épocas. Rastrear influencias en el archivo infinito de la visualidad parece una invitación a elaborar una larga lista de autores. Pero la pregunta es interesante y me obliga a revisar mi imaginario personal (no como historiador, sino como fotógrafo esta vez), rastreando las imágenes que me han impactado a lo largo de estos años, en busca de mis propios “canibalismos”. Y este es un ejercicio agradable, que con gusto comparto.
En los últimos años, por ejemplo, me ha interesado particularmente el legado de los fotógrafos de la Escuela de Dusseldorf, que tiene un acento en el movimiento de la Nueva Objetividad de los años veinte y cuyo espíritu entroncó con el Arte Conceptual y el Minimalismo de los sesenta y setenta. Mas allá de sus legendarios creadores (Bernd y Hilla Becker), me fascinan los retratos arquetípicos de Thomas Ruff, los registros urbanos de Andreas Gursky y las arquitecturas monumentales de Candida Höfer. Mirando las imágenes de estos fotógrafos me decidí por el gran formato y me compré una cámara de 4x5 con un magnífico juego de lentes Schneider. Creo que hay una suerte de solemnidad, de dignidad implícita en estas imágenes nacidas de las 4x5, un carisma que habita en el detalle generoso, preciso, y en la descripción desbordante de los ambientes registrados. De cualquier manera, es el formato que permite construir, del modo más creíble, la mímesis de la imagen con sus fantasías y sus engaños; una técnica que complace en muchos sentidos nuestra obsesión histórica por la representación realista. Aunque de la 4x5, también disfruto su peculiar “temporalidad”, esa operatoria que te obliga a concentrarte y a tomarte un tiempo considerable midiendo la luz, encuadrando y ajustando el enfoque. Para mí, es un ejercicio de introspección, una forma de evadir la rapidez cotidiana y sus automatismos agobiantes, impuestos en la mayoría de los casos.
Yo consulto con frecuencia a los fotógrafos de los sesenta y setenta, y creo que muchos de los acercamientos, de las estrategias, o de las visiones que se actualizan día a día, en el tiempo, están fuertemente vinculadas con la iconografía que se generó en esos años. Y me refiero a la New Color Photography, por ejemplo, y a autores como Shore, Eggleston o Meyerowitz, por citar algunos, o las visiones contemporáneas del paisaje que aparecieron simultáneamente reunidas en torno a la antológica exposición New Topographics. Photographs of Man Altered Landscape de 1975, en clásicos como Robert Adams, Lewis Baltz o el propio Stephen Shore. Los primeros extendieron el archivo histórico más allá del registro monocromático, reformulando la visualidad de lo cotidiano desde una perspectiva tan crítica como estética o significativa. Los segundos, abrieron el paisaje al ejercicio contemporáneo, demostrando que el tema puede sobrepasar las apropiaciones románticas del territorio o a las ideas de lo sublime en el arte. El legado de estos fotógrafos es siempre una cátedra a revisar, y un espacio de revelaciones y aprendizaje, donde encuentras ideas e inspiración.
A mí siempre me ha fascinado, por ejemplo, el trabajo de Jeff Wall y el modo irreverente en que construye sus propias escenas, más allá de las estrictas coincidencias fotógrafo-sujeto y de los instantes decisivos o no. Recientemente, mientras terminaba mi serie sobre los basureros, descubrí el trabajo fascinante y el proyecto Anthropocene del canadiense Edward Burtynsky, así como las sugestivas imágenes de Jan Staller, en sus series de los ochenta y en las más recientes. Y desde luego, siempre me interesó la fotografía documental, en la que existe un extenso archivo de imágenes logradas por los maestros del género. En mi caso, la posibilidad de reconstruir el relato de un evento a través de la imagen, puede tener que ver con mi formación como historiador, por una parte, o con mi gusto por contar experiencias propias y escuchar historias fascinantes, de todo tipo. Aunque pensando ahora en dos de mis series pasadas, creo que la fotografía documental también me ayudó a situarme frente a una coyuntura sociopolítica, dándome la posibilidad de elegir entre reportarla y compartirla, o simplemente, darle la espalda y seguir. Creo que algo de esto hubo cuando fotografié a los balseros en las costas de La Habana, o cuando conviví con los “Burner Boys” en el basurero de Agbogbloshie. Estos trabajos los hice sin un contrato previo, así que, en ese momento, tal vez regresó el recuerdo de Lewis Hine y, sobre todo, de su célebre frase: “Yo fotografió para cambiar las cosas”.
Aunque hasta ahora hemos hablado más de bien de “fotografía-fotografía, es decir, de fotógrafos reconocidos que trabajan desde los códigos que tipifican al lenguaje, llevándolos al máximo de sus posibilidades estéticas y significativas. Pero hay otro espacio creativo no menos interesante e inspirador, y es el de las prácticas contemporáneas que parten de la fotografía, aventurando nuevos códigos y construcciones de sentido que pueden incluso, terminar negándola. Creo que Juan Antonio Molina tiene en su academia un taller al respecto, sobre este ejercicio que él denomina la “no fotografía”. Pero este es un tema muy amplio, que si quieres, hablamos en otra oportunidad.
WC: Por ahora, uno sólo. Recuerda que no soy un fotógrafo “full-time”, sino alguien que intenta conciliar varios intereses profesionales. Me gustaría dedicarle mucho más tiempo a la fotografía, pero llevo a la vez mi proyecto curatorial, Aluna Art Foundation, junto con Adriana, además de otros trabajos que me ayudan a afrontar las hipotecas de la vida diaria. En diciembre de 2018 comencé una serie sobre las grandes acumulaciones de basura como resultado de los excesos de nuestro modo de vida, una serie que pienso seguir desarrollando en diversos lugares del mundo, según mis posibilidades. La primera etapa de este proyecto la desarrollé en Miami en diferentes instalaciones de recolección y reciclaje de chatarra. Con una cámara 4x5, retraté las enormes montañas de metal que luego son procesadas, comprimidas en grandes paquetes y trituradas en unos molinos gigantescos. El resultado de este trabajo fue expuesto en agosto del año pasado en el Kendall Art Center, bajo el título de Regreso a Koyaanisqati, parafraseando el filme de Godfrey Reggio. En el KAC, presenté las fotos impresas en gran formato, así como otras piezas e instalaciones creadas con restos de chatarra y demás materiales que recolecté durante esos días. Intervine varios objetos desechados que funcionaron como esculturas o ready-mades. Me interesaba mostrar, en diferentes niveles de percepción, el resultado de mi experiencia en el lugar, así que incluí diversos lenguajes: el fotográfico, el objetual y el instalativo. Y también, me motivaba la posibilidad de concretar desde mi propia obra, una idea que habíamos desarrollado previamente como argumento curatorial: la alternativa de reunir bajo un mismo techo, la imagen y su referente, algo que, en fotografía, resulta imposible en muchos casos.
La segunda etapa de este proyecto me llevó en febrero de este año a Accra, la capital de Ghana, y al conocido basurero de Agbogbloshie, uno de los más grandes depósitos y lugares de reciclaje de desechos electrónicos en el mundo. En Miami, había retratado la belleza de la chatarra bajo la óptica del paisaje y del plano detalle. Pero cuando llegué a África -el continente donde todo comenzó—, las precarias condiciones ambientales, de salubridad y de vida que encontré en el lugar, me cambiaron la perspectiva de la serie y la forma de abordarla. Dejé a un costado la cámara 6x6 y con la Sony digital de 35mm, hice un reportaje fotográfico de lo que viví en esos días junto a los “Burner Boys”, esos muchachos que queman los cables y otros desechos para extraerle el cobre que luego venden en el mercado. Tengo el proyecto de exponer estas imágenes junto con el trabajo de un magnifico fotógrafo y ambientalista Ghanés, Muntaka Chasant, conjuntamente con los filmes de The Association, un colectivo independiente de directores y actores que viven y trabajan en el basurero, creando guiones con historias e intereses locales.
LM: De tus proyectos anteriores, ¿cuál te da más satisfacción y porqué?
WC: De mis series, hay una que aún no he expuesto y con la cual tengo un vínculo afectivo especial. Se titula Los Porteños: retratos para una anécdota, y agrupa un conjunto de retratos directos que hice en Buenos Aires entre 1998 y el 2000, a varias personas que conocí en la calle de forma muy casual, y con las que nunca más he tenido contacto. En esta serie, retraté ese tipo de gente que te cautiva por un motivo o por otro, personas que te resultan simpáticos de entrada, o auténticos, o entrañables. En esos años yo trabajaba en la revista Pugliese y siempre cargaba con mi cámara, así que después de una conversación –breve casi siempre–, yo les decía: “Espérame que te hago un retrato” y ellos posaban para la foto. Luego, con el mismo principio, salí a buscar más y más retratos y así se fue armando esta colección, se volvió un hábito. Esta serie es hermosa para mí pues cumplió una función, digamos, más terapéutica que estética o fotográfica. De hecho, es un material personal, realizado sin intenciones de publicar o exhibir. Lo cierto es que cuando llegué a Buenos Aires, la ciudad me resultó agresiva en su dinámica. Y estas fotos me ayudaron a relacionarme con la gente, a entenderlos mejor, o tal vez a vencer mi timidez inicial, convirtiéndome con el tiempo, en un habitante más de la ciudad.
De la serie Los Porteños: retratos para una anécdota, 1998-2000
Y de mis proyectos anteriores, Éxodo: documentos alternos, celebrado en el Centro Cultural Español en 2014, con curaduría de Aluna. Este me dio la oportunidad de transformar un archivo testimonial – mis fotografías de los balseros saliendo de las costas de La Habana en 1994– en un espacio de participación pública que combinó técnicas documentales y artísticas, en un diseño de sala compuesto por fotografías, instalaciones participativas y videos. La exposición fue una suerte de laboratorio relacional enfocado a recolectar nuevas memorias del evento, y a reconstruir otra versión de la historia, más allá de las visiones polarizadas de las “dos orillas”. Y de paso, pude invitar a varios artistas que aprecio y respeto, como a Juan-Sí González, Coco Fusco y al artista de videos Manuel Andrés Zapata.
De la exposición Éxodo: Documentos alternos (CCEMiami), 2014
LM: ¿Cómo te iniciaste como curador? ¿Es algo que siempre pensaste hacer? ¿O sucedió de forma casual?
WC: Cuando terminas una carrera como la que yo cursé, te dispones a ser curador o profesor digamos, o a trabajar como profesional en la producción artística, en cualquiera de sus ramas. Yo me gradué en La Habana en junio del 94 y en diciembre de ese año emigré. Así que el único trabajo que hice dentro del perfil de mi carrera en Cuba fue publicar un texto sobre Juan Carlos Alom en Revolución y cultura. En Buenos Aires sí dicté clases y colaboré en varias exposiciones y eventos, y aquí en Miami, hay una que recuerdo con especial cariño, por varios motivos: Plegarias para santos y orishas. Apuntes para una fotografía del sentimiento religioso en Cuba, inaugurada en el 2007 en el Centro Cultural Español de Miami que en esa época se encontraba en Coral Gables. Esta muestra incluía tres cuerpos de imágenes sobre el tema: el conocido ensayo de Raúl Cañibano sobre las peregrinaciones al Rincón; las procesiones de la Iglesia de Las Mercedes en La Habana, un hermoso ensayo a cargo de Gonzalo “Gonzo” González; y la serie Los santos del barrio, de Humberto Mayol, uno de los registros más completos que conozco sobre los cultos afrocubanos en la isla. Pero Plegarias no sólo fue mi primera exposición como curador en Miami, sino la razón por la cual conocí a Adriana, que hoy día es mi esposa. Sin yo saberlo, Adriana había apoyado la realización de la exposición y su intervención fue decisiva. La conocí en esos días, cuando me entrevistó para escribir una hermosa reseña que publicó en el Nuevo Herald. Aún conservo el periódico original con su artículo.
LM: Cuéntame ¿Qué es Aluna y que nuevos proyectos están trabajando?
WC: Aluna Art Foundation es una “non-profit” que sirve como plataforma curatorial para la construcción de diálogos a partir de las prácticas creativas de los artistas invitados. Estos participan en la creación de visiones particulares sobre el arte, la realidad y sus posibilidades para reimaginar los desafíos de nuestro tiempo. La idea de no representar artistas –sino más bien de servirles como plataforma de encuentro– parte del deseo de ir más allá de las hegemonías del mercado, o de ciertas categorías como el historial y el grado de reconocimiento, para centrarnos en la creación de visiones, lo que es, en definitiva, la tarea clave del arte. Hoy en día, que no estamos residiendo en una sede fija, sino que trabajamos en proyectos para varias instituciones y galerías, tenemos un modo de operar mucho más abierto, nómade. Hemos sostenido un foco en la obra de los artistas hispanoamericanos, porque nos interesa contribuir a su reconocimiento en los Estados Unidos. Pero a la vez, nos hemos abierto a la idea de construir, proyecto a proyecto, lo que en última instancia podría ser un observatorio del mundo que nos rodea a través del acto creativo, en un diálogo que también incluye artistas de toda América y de otros continentes.
LM: ¿Qué hay en el futuro para Willy, como fotógrafo y curador?
WC: Le he pedido especialmente al del “más arriba”, que me extienda el contrato en este mundo por varios años más. Siento que aún tengo muchas cosas por hacer. Como curador, y desde nuestro equipo de Aluna Curatorial Collective, tenemos varias exposiciones pendientes, lidiando con los desafíos de la cuarentena y la alternativa del cierre momentáneo de museos y galerías. En los próximos tiempos, debemos inaugurar una exposición de la artista Gladys Triana que se realizará simultáneamente en Fairfield University Art Museum del estado de Nueva York, y en el Art Museum de University of Saint Joseph, en Connecticut. Estas serán un homenaje a la larga carrera de esta cubana residente en Nueva York. En diciembre de este año, debemos inaugurar una exposición personal de Dagoberto Rodríguez (exintegrante de Los Carpinteros) en el Atchugarry Art Center de Miami. Hemos trabajado además en una exposición que se llamará The Sound of Silence, y que se encuentra lista, a la espera de la reapertura de las instituciones, y muy pronto inauguraremos un proyecto sobre la ciudad de Miami que comenzará como una plataforma on-line, de amplia participación, pero que vez también tendrá ediciones expositivas y editoriales. Pronto compartiré más información sobre el tema.
Como fotógrafo, por ahora, mi idea es seguir desarrollando la serie que comencé el año pasado, y llevarla, además, del registro de los espacios afectados por los excesos del consumo, a la representación de espacios y ecosistema frágiles, en peligro de desaparecer. Y entretanto, si surge una nueva idea, una “col entre lechugas”, ¡pues bienvenida sea!
No si me he extendido demasiado en esta entrevista, pero te advertí de antemano: ¡Me gusta contar historias!
¡Un abrazo grande para ti!
LM: ¡Gracias Willy! Te agradezco que hayas venido a conversar conmigo en La Manigua.
Regreso a Koyaanisqatsi, Kendal Art Center, 2019.
Video de la exposición por Sebastián Elizondo | Fixion
Hace unos meses la fotógrafa Sarah Bejerano tuvo la idea de crear una exposición colectiva de fotógrafos cubanos que trabajan el formato analógico. La mayoría de los que participamos nos conocíamos solo por la red social Instagram. Entre los candidatos estaba Juan Arisitides Otamendiz, un descubrimiento que Sarah con mucho entusiasmo compartió conmigo. El único problema era que Juani (como le dicen quienes lo conocen de cerca) solo trabaja digital (al menos por el momento). Pese a que no pudo participar, encontrarme con su obra tan intima, sincera y refrescante ha sido una de las cosas positivas de este año. Aquí les dejo esta entrevista que hicimos con la intención de seguir mostrando buen arte, buena fotografía y hacer mucho ruido en La Manigua.
La Manigua: ¿Quién es Juan? ¿Dónde naciste, te criaste?
Juan Aristides Otamendiz: Nací en la Ciudad de la Habana, municipio 10 de octubre. En el hospital Hijas de Galicia. Nací en Lawton, me crié en Lawton, y la gran mayoría de mis amigos son de ahí, aunque estén un poco regados por el mundo.
LM: ¿Cómo se inicia Juan en la fotografía? Hablame un poco de tu formación.
JAO: Mi primera cámara estuvo en mis manos gracias a la fotógrafa alemana Kirstin Schmitt, invitada a una bienal de La Habana y me pidió de manera espontánea que documentara mientras ella montaba su exposición. En Cuba hice de todo, desde vender ropa, modelar, vender dulces. Pero llegó el momento en el que me di cuenta de que necesitaba un cambio en mi vida y la fotografía represento esa nueva oportunidad. Empecé a pasar cursos en La UNEAC donde bajo la tutela de muchos fotógrafos importantes como él Chino Arcos me prepararon poco a poco. Los cursos eran muy intensivos y requerían mucha participación de mi parte, debía completar tareas que me asignaban y luego se revisaban y se discutían en colectivo. Esta forma de enseñanza me brindo la base para continuar en este camino. Un día me di cuenta de que la fotografía era el camino nuevo y hoy estoy más convencido que nunca.
LM: ¿Cómo llegaste a Europa?
JAO: Llevo de forma permanente casi 3 años. Tengo parte de mi familia aquí, vine a visitarlos. Luego decidí establecerme en Alemania, pero siempre regreso a Cuba. Vivo entre Berlin y La Habana. Amo Cuba y no quiero perder esa conexión.
LM: Eres parte de un colectivo. ¿Cómo surgió la idea y cómo lograron hacer que funcione? ¿Me puedes hablar de Sailor’s Yarn?
JAO: Sailor’s Yarn son cuentos de marineros, historias. Cada serie fotográfica que hacemos, estamos tratando de contar algo. Los marineros siempre traen historias de sus viajes. Y eso hacemos, en cada viaje hacemos una historia.
LM: Tu serie ”Reparteros“ me gusta mucho. Siendo de un barrio similar al tuyo en Matanzas, me identifico a nivel personal. Cuéntame de esta serie. ¿Cómo te surgió la idea? ¿Cómo surge esta serie y de que trata? ¿Cómo la has trabajado? ¿Has tenido algún tipo de estrategia en particular para llevarla a cabo?
JAO: ”Reparteros“ es la gente de mi barrio, con las que crecí y he convivido casi toda mi vida. Los conozco. Una de las cosas importantes para hacer fotografías es que la gente se sienta cómoda, se relaje, se sienta bien. La fotógrafa Kirstin, que ha sido una gran maestra para mí, me dijo una vez que me acercara, cada vez un poco más y así lo he hecho. Mis fotos tienen ese toque personal, ese acercamiento, esa intimidad. Son fotos nacidas de la confianza, el respeto, la sinceridad. La gente de mi barrio me ve como uno de los suyos, no soy un extranjero, soy parte de ellos y ellos de mí. Es mi vida cotidiana.
LM: Arroz con Mango – Hollywood Rojo “El hombre nuevo”. ¿De qué trata?
JAO: Esta serie nace prácticamente durante un viaje en un ”Almendrón” (Auto antiguo usado como taxi en Cuba). Uno de los pasajeros era un transexual que se iba maquillando durante el viaje. En el taxi viajaba una pareja de ancianos y el señor dijo: Yo no entiendo, no si Uds. son Transexuales, Gay o son Travesti. Cuando el muchacho se baja del auto, se acerca al señor y le dice: Yo soy el hombre nuevo, y se aleja caminando. A partir de ahí decidimos empezar a documentar la vida de estos Hombres Nuevos como proyecto en colectivo de Sailor’s Yarn. Mi parte es toda en blanco y negro. He tenido la suerte de conocer a muchos que me han dado la oportunidad de acercarme y documentar su vida de manera muy intima, he llegado a sentirme en familia. Me inspira mucho, porque en Cuba esto es algo de lo que no se hablaba antes, ahora es casi como una ”revolución” y puedo mostrarle al mundo que estas personas son gente normal como todos nosotros, pasando por muchas dificultades, improvisando ante esas dificultades y que simplemente decidieron expresarse libremente. Sin miedo.
LM: ¿Qué inspira a Juan en la vida diaria?
JAO: Todo lo que sucede, las personas que me cruzo, la gente con la que hablo, eso me inspira. Todo lo que veo a mi alrededor que me parezca interesante.
LM: ¿Me podrías hablar de tus mayores influencias?
JAO: El trabajo de muchos fotógrafos, cubanos e internacionales. Son demasiados para nombrarlos, pero sobre todo el cariño, la pasión con la que trabaja Kirstin Schmitt, con quien comparto mi labor en Sailor’s Yarn. El nivel de entrega a los proyectos. Eso me inspira y me motiva.
LM: Cuéntame de tus planes futuros. ¿Trabajas en algún proyecto nuevo?
JAO: Sí, estamos trabajando en una serie titulada “Cuentos Náufragos” que fue nominada recientemente para el Sony World Photography Award. Y seguir trabajando, seguir creando.
LMFAO: Gracias Juani, bienvenido a La Manigua. Te agradezco mucho que compartieras un poco de tú historia conmigo.
Pude conocer a Luna Tristá hace poco más de un año. Primero como se conoce mucha gente en estos tiempos, de manera virtual. Instagram, a pesar de alejarse de los comienzos convirtiéndose en una herramienta puramente mercantil, aun continúa uniendo gente de intereses mutuos. Eso fue el caso con Luna, nos conocimos mediante esta plataforma. Luego, tuve la dicha de viajar de manera relámpago a Barcelona donde reside y pudimos coincidir en un par de oportunidades. Mi primera impresión fue la de un ser gentil, limpio de espíritu y con una firmeza de ideas que plantea de manera muy lucida. Pudimos conversar un poco y fue de esas conversaciones que a pesar del ruido ambiental te mantienen concentrado y vas asimilando cada palabra, cada gesto, cada idea. Tengo la certeza de su amistad para toda la vida. Ahora les toca a Uds. conocer un poco más a esa fascinante artista cubana radicada en Barcelona, España.
Luna Tristá: Nací en la Habana en 1980, durante la generación Y griega. Fui una adolescente tímida e introvertida que pasaba horas en silencio en su habitación viendo álbumes de fotos de familia, leyendo, escuchando música, y escribiendo poesía.
LM: ¿Cómo se inicia Luna en la fotografía? Háblame un poco de tu formación
LT: Me formé en fotografía de moda y creativa en la Escuela Superior de Imagen y Diseño de Barcelona, pero soy de la opinión que tampoco se necesita una formación académica para ser bueno en algo, basta con tener curiosidad e interés en aprender e investigar lo que te gusta, y a partir de ahí crear, cultivar y desarrollar con las herramientas que te has proporcionado tu propio statement, la creatividad es algo que no puedes pagar para tenerla, es algo que nace contigo y se transforma.
LM:¿Cómo llega Luna a Europa? A Barcelona para ser más específicos
LT: En el año 1997 me transferí a Italia, donde estudié siete años de violín en el instituto Giuseppe Verdi de Alghero, y en el 2003 me mudé a Barcelona, donde vivo actualmente, moviéndome entre España e Italia.
LM: ¿Se podría decir que tratas temas tabúes en tu trabajo? ¿Por qué decidiste desarrollar proyectos de este tipo?
LT: Tratar temas sociales en mi caso es una prioridad y una necesidad, lo que no se habla, no existe, intento sensibilizar y visibilizar desde mis experiencias, por eso es recurrente en gran parte de mis proyectos personales temas de género e identidad, de sexualidad, la adolescencia misma, y la posición de la mujer como centro de toda mi obra.
LM: ¿Cómo abordas el tema? ¿Cómo logras el nivel de intimidad que se percibe en tus fotos? Yo, por ejemplo, siento un poco de pánico al retratar personas, me sobrepongo, pero es difícil. Hay una especie de confianza y entrega que desborda de cada sujeto fotografiado. ¿Cómo llegas a ese punto?
LT: Muchas de las mujeres que aparecen en mis fotos no tienen vínculo conmigo, en muchas ocasiones el primer contacto y último ha sido el disparo, se crea una especie de conexión con mi historia, y de consecuencia esto hace que yo conecte con las suyas, a veces sin servirnos de la palabra.
LM: Háblame de "Lolita" ¿Cómo surge esta serie y de que trata?
LT: Lolita nace como serie en el 2016, es un proyecto que se centra en desexualizar la imagen de la mujer, desvincularla de una estética complaciente para el hombre. Son fotografías a adolescentes, una obra que se centra en la mujer, en la reivindicación de su posición dentro de una sociedad patriarcal y machista, muchas de las jóvenes retratadas han sufrido la presión de los cánones de belleza, y la imposición social de cómo manifestarse con el propio cuerpo. Este proyecto es una oda a la juventud, esa etapa central de transición, de encuentro con la propia identidad desde el autoconocimiento, y descubrimiento de la sexualidad.
LM: Otra de tus series que me encanta es “She's my Man”. ¿Cómo surge esta serie y de que va?
LT: "She's my man" es una serie del 2015, es un proyecto que inicié como diario fotográfico donde retrataba a mi pareja. Son fotografías realizadas una vez al mes durante nuestros encuentros entre Barcelona y Paris. "She's my man" toca temas de identidad y género, desde una mirada más personal.
LM: ¿Qué inspira a Luna? En la vida y tu creación.
LT: Todo lo que me haga vibrar repercute en mi lado creativo. El sexo, los olores, la música, la poesía, estar a solas conmigo, el silencio y el país de donde vengo. Todo junto hace que explote, y me desborde de ideas.
LM: Creo que todos recibimos influencias externas durante nuestra formación y si tenemos suerte, durante toda la vida. ¿Me podrías hablar de tus influencias?
LM: ¿Estás trabajando en algún proyecto nuevo? ¿Qué planes hay en el futuro de Luna Tristá?
LT: Cuando termino una serie no suelo pasar a otra de modo inmediato, me tomo mi tiempo para crear, y mimar el trabajo realizado, de observación y crítica, aunque si tengo un proyecto de autorretratos al que llevo dándole forma hace unos años. Que llegue el tiempo y me sacuda, prenda, de fuego, en el buen sentido de arder en el futuro.
LM: Gracias Luna por dedicarnos este tiempo y conversar acerca de tu obra.